lunes, 25 de octubre de 2010

Pesadillas

Algo extraño sucede, un virus o algo parecido esta invadiendo el mundo, no tengo percepción si es solo en mi país, mi ciudad o a escala mundial, pero siento instintivamente que el mundo tal cual lo conocemos esta a punto de desaparecer. No tengo claro que es, solo la sensación alarmante de que debo escapar y lo mas pronto posible y aunque no sé adónde, algo me dice que encontrare un lugar seguro mas allá. El tiempo apremia, debemos correr, tomo a mi pequeña y unas cuantas cosas indispensables y junto a mi esposo, echamos a correr desesperados, sin rumbo fijo, solo con la claridad de que debemos salir fuera de los limites de esta pequeña ciudad... corremos, corremos desesperados. Me encuentro con mi hermana que desesperada va por sus hijos al colegio, quiero que venga con nosotros, pero no podemos desviarnos, no podemos esperar, tenemos que pensar en la pulguita, con dolor nos separamos. Nosotros seguimos corriendo siempre conscientes de que algo, no sé que, nos pisa los talones, mucha gente corre a nuestro alrededor y eso me infunde aun más angustia y alarma, y corro, corro, corro desesperada, cargando a mi pequeña, sin mirar atrás.

A lo lejos se siente una enorme explosión, nos volteamos y con consternación descubrimos que la ciudad ha desaparecido en una enorme bola de humo. Han tirado bombas sobre la ciudad, seguro, para matar a los portadores de tan terrible mal. Seguimos corriendo, Cristian me muestra unas montañas silvestres y me dice que ahí esta la seguridad anhelada, nos adentramos en bosques espesos, siempre corriendo, siempre huyendo, recogiendo a nuestro paso cosas que nos parecen útiles, fruta, frazadas. Siento que llevamos horas corriendo, estoy cansada y ha punto de darme por vencida, pero Cristian me alienta, me muestra un pequeño claro y me dice que estamos próximos... le creo y sigo corriendo junto a él.

Llegamos a una casona en medio de la nada, extrañamente nos recibe un compañero de trabajo de mi esposo, nos da asilo, nos cuenta como van las cosas, el mundo entero es un caos, todos escapan a los campos, las ciudades han sido invadidas por una especie de “monstruos” portadores de un aterrador virus, las autoridades han bombardeado las ciudades más grandes, decenas, miles, millones de muertos, que dolor, pienso en los míos y lloro ¿dónde estarán? ¿habrán conseguido huir?...

Mucha gente desconocida, deambula por esta casa enorme, nos instalamos en un cuartito con mi pequeña, descansamos. De pronto, a lo lejos escucho la voz de mi hermana, salgo a su encuentro... es ella, nos abrazamos, esta a salvo junto a su familia. También llega mi padre, pero solo, le pregunto ansioso por mi madre, dice que estaba en casa y que no alcanzó a llegar donde ella antes de la explosión, pero ahora va ha volver por que le dijeron que aun quedaban sobrevivientes en las ciudades y esta decidido a ir por ella. Le sigo, me despido de mi hijita que me mira asustada y de Cristian, tengo que volver, no sé por que, siento que puedo encontrarla, me siento en la obligación.

Nos alejamos de la casona, y con ella de la seguridad y nos adentramos en un mundo de horror, mas allá de ese denso bosque todo es caos, gente muerta por las calles, mucho humo, destrucción y terror. Corremos desesperados, llamando a gritos a los nuestros, entre ruinas y cadáveres, buscamos a Fernando, a Pablo a José Luis y a mi Amada Madre. Ruinas y mas ruinas, caos, pavor... me invade un miedo maquinal que no logro dominar, solo corro, corro sorteando miles de obstáculos aterradores.

Cambio de escenario sin darme cuenta, a ratos voy por una carretera, luego estoy en una ciudad, y también en un barco donde encuentro un pequeño “tigger” que recojo pensando en mi pequeña, atravieso, asimismo, ríos y mares furiosos y oscuros, en uno de ellos, nos topamos con una pequeña isla de pasto y basura, sobre ella una carpa y dentro mi hermano Fernando con sus dos niños, la isla flota en aguas turbias y violentas, Fernando sostiene una escopeta en la mano y tiene un rostro extraño de pavor y determinación de defender a los suyos a como de lugar. Le pregunto por la Fanny (mi cuñada), no sabe nada de ella, él estaba en casa con los niños cuando paso todo y ella en el trabajo, piensa que esta muerta pero no quiere moverse de ese horrible lugar por que supone que ella iría por ellos allí. Le insto a que nos siga, no quiere, nos alejamos junto a mi padre, los veo diluirse en una espesa niebla, se me oprime el corazón, lloro, y sigo corriendo. Mas allá de seguro esta mi madre y es a ella a la que deseo llegar con desesperación, para poder reunirme otra vez con mi pequeña familia. Al paso nos sale gente con armas, que nos amenaza sin razón, todo esta en caos, las tiendas saqueadas, las casas destruidas, las personas lamentándose y nosotros continuamos en nuestra carrera frenética en busca de esa persona tan importante. En medio de la locura, vislumbro una tienda de zapatos, que tiene rota su vitrina, me agacho y recojo unas “chalitas” rosadas, hermosas, pienso en las patitas de mi niña hermosa desnudas acaso y me las echo al bolsillo, me siento culpable; pese al caos que reina, mi conciencia me acusa, pero no renuncio a ellas, no puedo dejar de imaginármelas en los piesesitos amados de mi Antonia.

Seguimos mas allá, entre ruinas, hasta que damos con el barrio. La villa esta en devastada, las casas en el suelo, algunas incendiándose, otras completamente destruidas, pero unas pocas, aun están en pie, y esa es nuestra esperanza, no permitimos que esta destrucción nos desanime, seguimos internándonos entre ruinas, nos metemos por los patios. Sin notarlo damos con la casa de Sara y sus padres, que extraño, su casa esta intacta o casi, la verdad le falta el techo, entro, nos unimos en un estrecho abrazo, que feliz me siento de verla viva a ella y su familia. Me cuenta mas detalles, el virus es mundial, pero ellos no quieren dejar la casa. Mi papá sube al baño, quiere ducharse, y aunque me parece extraño, me siento a esperarlo, repentinamente presiento algo malo, la casa no esta bien, le pido que baje, algo me dice que debemos escapar. Huelo gas... gas??? Papá gritó, baja, baja ya!!! Corrimos hacia fuera, la casa explota, quedamos tendidos en el piso, vivos pero a mal traer. No importa, debemos continuar, queda poco. Seguimos en nuestra delirante carrera, corremos, corremos hasta al fin llegar a casa de mis padres. Con pasmoso temor, abro la puerta y ahí esta mi madre sentada en el living, como esperando, tiene unos bolsos listos, comida, cosas que solo una madre como ella puede considerar. Mis padres se abrazan, y echamos a correr nuevamente en busca de los nuestros mas allá, en el bosque.

Agotada, sudorosa y asustada, recibo la mañana salvadora, junto a mi amor y mi dulce pequeña. Me doy cuenta que otra vez el terror invadió mis sueños.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Bajo tierra...

Encerrados en fondo oscuro y húmedo de la tierra esperan a que vengan por ellos. Silenciosos, taciturnos, temerosos del incierto futuro que se ha cernido sobre sus cabezas. Puede que mañana mismo desbloqueen la salida y puedan ver el sol brillar, puede que en un par de semanas den con su paradero y consigan arrancarlos de las entrañas de la tierra caliente, pero de igual forma es posible que se cansen de buscar inútilmente, y aunque están seguros que habrá quienes clamen por su vida e imploren por su rescate, también sospechan que pueden ser abandonados allí, en ese espacio exiguo, caluroso y oscuro, bajo metros incontables de tierra maciza y roca, cautivos, sepultados vivos.

Ellos saben que allá en la superficie se escribe su destino, y solo ruegan misericordia y esperan... esperan callados mientras en sus cabezas danzan, al son de la desesperación y la incertidumbre, miles de ideas y pesadumbres, en sus gargantas se encuentran atoradas las palabras que no dijeron a sus seres amados antes de partir rumbo a la faena, aquel te amo mezquino que siempre se niega a salir de los labios, aquella caricia esquiva, aquel perdón pendiente... pero quien iba a pensar que en fracción de segundos el cielo se iba a cerrar sobre ellos.

Como todos los días, habían abordado el camión que los conducía hasta las entrañas de la tierra, como todos los días habían tomado sus herramientas y cada cual se había dado a la tarea de arrancarle a la tierra sus preciosos metales, como todos los días pasaban sus horas sumergidos en las profundidades... hasta que todo se derrumbo sobre sus cabezas, dándoles el tiempo escaso de huir aun mas profundo, internándose desesperados en busca de seguridad y para cuando todo se hubo calmado, cuando la tierra se hubo asentado, solo había oscuridad y silencio... es verdad que trataron de desandar sus pasos, de buscar una salida, pero solo dieron con roca dura y oscuridad.
Tratan de no perder las esperanzas, de rato en rato, rompen el silencio con palabras de aliento, con palabras de esperanza, se pasean y se golpean las espaldas, tratando de reconfortar y reconfortarse pero, cuando las horas avanzan y el silencio los envuelve cada vez mas amenazador, piensan involuntariamente si sobre la tierra los habrán dado por muertos y los dejaran sepultados allí, en ese hueco húmedo y oscuro, y se preguntan, cuanto tiempo pasara antes de que la locura se apodere de sus mentes; ahora son todos camaradas, compañeros de labor y de desgracia, pero cuando la comida y el agua comience a escasear ¿serán capaces de mantener ese compañerismo desinteresado? Se miran involuntariamente recelosos, pensando quien cederá a la desesperación primero, si aquel mas joven muchacho, nuevo en estas faenas, no acostumbrado al aire denso y la oscuridad punzante, o aquel “viejo” de años de experiencia, pero de pulmones cansados y enfermos de tanto respirar este aire árido.

Y esperan a 700 metros de profundidad, se rearman, se organizan, se acomodan y esperan, durante 17 largos días simplemente esperan...