martes, 6 de abril de 2010

Se nos movio la vida...

La madrugada aquella fue particularmente aterradora, instalados en casa de mis padres, alrededor de una vela esperando que las horas pasaran, tratando inútilmente de comunicarnos con nuestros seres queridos que no estaban presentes en aquella vigilia, escuchando en la radio del auto las magnitudes que había alcanzado el movimiento, el cual  se sintió prácticamente en todo Chile, sin lograr dimensionar completamente los estragos que había causado. Asustados y alertas, anhelantes de que llegara el día para, al menos, no estar sumergidos en la absoluta oscuridad sintiendo las mil réplicas que siguieron al gran sismo; con sueño pero demasiado aterrados como para recostarnos, esperando algo, sin saber exactamente que.

La mañana llegó al fin, extrañamente nublada, polvo en suspensión envolviendo la realidad, medio aislados del mundo por la falta de electricidad y sin comprender aun los inmensos daños que había causado en la mitad de Chile este gran terremoto grado 8,8.  

Conforme pasaron los días, fuimos enterándonos, entendiendo y espantándonos, del inmenso daño, no solo del terremoto, sino también del tsunami que afecto las costas chilenas, comprendiendo que había ocurrido una enorme desgracia en nuestro país, que muchos habían perdido todo, que otros muchos habían muerto y otros tantos estaban desaparecidos. La vida de todos había sido sacudida inevitablemente y nos costaría volver a la normalidad.
Yo me sentí enferma de pena, una pena profunda acompañada de temor y angustia, no podía dejar de pensar en aquellas vidas arrebatadas por el mar, esos hijos robados de las manos de sus madres que se perdieron en la oscuridad de las aguas, llantos en medio de la noche, gritos desesperados y desesperanza. Me aferraba a mi pequeña, imaginando el dolor de aquellos y lloraba, lloraba de impotencia, de dolor, de pena.
No me atrevía a volver a casa, aunque el edificio había soportado estructuralmente el sismo, el departamento estaba todo revuelto, todo estaba en el suelo, el televisor, los libros, todo lleno de vidrios y caos, desolador y atemorizante. Volvimos un par de veces, a buscar lo indispensable, pero sentía miedo, debieron pasar por lo menos 5 días antes de que me atreviera a regresar. Una vez en casa, debí sobreponerme a las réplicas, que durante los primeros días eran casi constantes, no pasaba un día sin que se nos moviera el piso y cuando no era la tierra la que vibraba eran nuestras piernas las que lo hacían,de pura sugestión. Yo sentía cada movimiento, por pequeño que fuera y me ponía de pie, alerta, lista para huir, con mi Antonia en brazos. Luego se fueron distanciando, dos o tres a la semana, unas suaves, otras mas fuertes, pero constantes recordándonos aquella aterradora noche, sin dejarnos descansar. Luego vinieron aquellas fuertes, el día del cambio de mando, 11 de Marzo para ser exactos, tres al hilo, la mas fuerte de 7,2 grados, aterrados huimos a tierra firme y con nosotros los vecinos que a esa hora estaban en casa, nuevamente escape a casa de mis padres aterrada. Y ahora cuando ya nos olvidamos de las réplicas, viene una con fuerza, el 04 de Abril por la noche, 11:32 pm, 4,8 grados con epicentro en Santiago, y estuvo precedida de un ruido aterrador, parecia que la tierra se abria, que nos tragaba, el miedo nuevamente, las ganas incontenibles de escapar, aunque no se bien donde.

Retomar nuestras rutinas luego del terremoto no ha sido sencillo, el temor se ha instalado en nuestras vidas y limita nuestras acciones y vivencias incluso hasta el día de hoy, cuando ya ha pasado mas de un mes. Las réplicas nos mantienen alertas y no nos permiten olvidar la noche aquella, estamos siempre expectantes y temerosos de que la tierra vuelva a remecerse con igual intensidad. No importa lo que señalen los expertos, en cada réplica pensamos que quizás sea un nuevo terremoto y nos ponemos en alerta, listos para correr escalera abajo; Incluso hemos diseñado un plan de escape, Cristian abre la puerta y toma a la niña, yo la manta y la linterna y bajamos, nada de retroceder sobre nuestros pasos, bajar, siempre bajar en busca de seguridad. Quizás por cuanto tiempo viviremos así, atemorizados, esperando sin comprender muy bien que esperamos. Quizás los mas afortunados, simplemente esperamos que la tierra se calme, que deje de vibrar y poder dormir en calma, pero hay quienes esperan poder reconstruir su hogar y los menos afortunados esperan que el mar les devuelva un ser amado...
Se nos movió la vida y aun sentimos las réplicas en nuestro día a día. Se nos movio la vida y para siempre